Los antipsicóticos, también conocidos como neurolépticos y (erróneamente) como "tranquilizantes mayores", suelen tranquilizar sin alterar la conciencia ni producir una excitación secundaria, pero no deben considerarse solo tranquilizantes.
Se emplean durante cortos períodos de tiempo para tranquilizar a los pacientes trastornados, independientemente de la psicopatología de base, que puede consistir en lesión cerebral, esquizofrenia, manía, delirium por intoxicación o depresión con agitación. Los antipsicóticos se emplean para aliviar la ansiedad grave, aunque esta medida se debe utilizar durante un período reducido.
Los antipsicóticos se utilizan en la esquizofrenia para aliviar los síntomas psicóticos floridos como las alucinaciones, los trastornos del pensamiento y los delirios, e impiden las recaídas. La retirada del tratamiento farmacológico requiere una cuidadosa vigilancia, ya que un paciente que aparenta encontrarse bien con la medicación puede sufrir una recaída catastrófica si el tratamiento se suspende de forma inadecuada. Además, no siempre se advierte la necesidad inmediata de continuar el tratamiento pues la recaída se demora, de ordinario, unas semanas después de su retirada.
Se considera que los antipsicóticos actúan interfiriendo la transmisión dopaminérgica cerebral, al bloquear los receptores dopaminérgicos D2, lo que explica los efectos extrapiramidales y la hiperprolactinemia.
Entre los efectos adversos de los antipsicóticos destacan los síntomas extrapiramidales que, aunque se reconocen con facilidad, no se pueden predecir con exactitud porque dependen de la dosis, el tipo de medicamento y la susceptibilidad individual.
Los síntomas extrapiramidales se caracterizan por:
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Síntomas parkinsonianos, incluido el temblor
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Distonía (movimiento anómalo de la cara y el cuerpo) y discinesia
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Acatisia (agitación)
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Discinesia tardía (movimientos rítmicos involuntarios de la lengua, la cara y los maxilares)